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Perú entró al siglo XXI esperanzado, con una economía reflotada y el grupo terrorista Sendero Luminoso prácticamente aniquilado. Su cabecilla, Abimael Guzmán, detenido en 1992, falleció un 11 de septiembre de 2021. Tres años después, murió su némesis, Alberto Fujimori. Los dos personajes que marcaron el devenir del siglo pasado ‘unidos’ en la fecha de su óbito.
Con la partida del expresidente peruano, el primero en ser condenado por graves violaciones a los derechos humanos, en teoría el país latinoamericano deja atrás su último vestigio del pasado. Y así lo evidencia el adiós definitivo que se vive en Lima, donde Fujimori será velado hasta el sábado.
En la sede del Ministerio de Cultura, en el acomodado distrito de San Borja, una gran cantidad de personas se movilizan para despedir al fallecido. “¡Terrorismo nunca más!”, entonaba un grupúsculo mientras permanecía en la larga fila del jueves para ver el féretro.
Bajo un sol inclemente, tanto simpatizantes del partido fujimorista Fuerza Popular como población en general, arribaron desde temprano al lugar. En la víspera, la hija y heredera política del exmandatario, Keiko Fujimori Higuchi, había adelantado que a partir de las 11:00 de la mañana (hora local) estaría abierto el acceso al público.
Para el mediodía, la hilera era más grande, pese a que avanzaba con lentitud. Ni siquiera los policías sabían con exactitud el parámetro de tiempo para la entrada. No obstante, poco importaba para quienes esperaban.
“¡Alberto Fujimori, héroe nacional!”, gritaban mientras tanto algunas personas. Para quienes vivieron los últimos años del siglo XX, la huella del terrorismo es imborrable y muchos ven a Fujimori como el artífice de la captura de Guzmán y el ocaso de Sendero Luminoso.
Un postulado refutado por especialistas. “La derrota del terrorismo es más bien un logro nacional en el que confluyeron comités de autodefensa, Fuerzas Armadas y sobre todo la inteligencia policial. De hecho, Fujimori no sabía de la captura de Abimael Guzmán en el momento en que esta se produjo”, explicó el historiador José Alejandro Godoy al diario local La República.
“El mejor”
Godoy, autor de libros acerca de Fujimori, es uno de los incontables críticos del político peruano, sentenciado a 25 años de prisión por los delitos de lesa humanidad, como homicidio calificado, lesiones graves y secuestro agravado.
Sin embargo, la política suele estar ligada más al sentimiento y a la apreciación que a los hechos. “Estoy aquí porque vine a ver al mejor presidente del Perú. Lo han criticado, pero por él tenemos la estabilidad monetaria y después mató el terrorismo“, valora María Antonia.
Tiene 71 años y se mueve con bastón, pero eso no es óbice para ella. “Por mi chino —apodo que lo acompañó en política por su rasgos físicos de origen japonés— donde sea, hasta lloré el día de ayer [miércoles] cuando vi la noticia, luego comencé a gritar. El chino es el mejor presidente, qué te puedo decir, no se compara con ninguno”, cuenta.
Como ella, decenas de adultos mayores requirieron ayuda, pero igualmente acudieron a la sala Nazca del Ministerio de Cultura, en muletas o en sillas de ruedas. Como lo hizo Luisa María Cuculiza, excongresista y extitular del entonces Ministerio de Promoción de la Mujer y del Desarrollo Humano en las postrimerías de la gestión fujimorista (1990-2000).
“¡Cuculiza corazón!”, gritaron los presentes al verla bajar por las escaleras de la instalación gubernamental. La exministra mantuvo su amistad con el exdignatario hasta el último día. El miércoles, antes que Fujimori Higuchi confirmara la defunción, estuvo en su casa.
¿Continuidad?
El jueves las horas pasaban en San Borja, los mercaderes aprovechaban para vender objetos alusivos a Fujimori, los asistentes hacían cola, intentaban taparse del sol y, por momentos, debatían sobre lo que se avecina para el movimiento fujimorista.
“La hija no representa a Fujimori“, afirmó una señora, al considerar el historial puntiagudo entre ambos. En 2017, el Tribunal Constitucional avaló el polémico indulto del entonces jefe de Estado, Pedro Pablo Kuczynski, que había sido cabildeado por otro vástago del clan, Kenji Fujimori Higuchi; quien era parlamentario.
Keiko Fujimori Higuchi anhelaba alcanzar la Presidencia y no veía con buenos ojos la excarcelación del padre. En su lectura, le haría perder votos y era un paso atrás en su guerra fratricida. A pesar de que su agrupación, Fuerza Popular, tenía una amplia mayoría en el Congreso de la República, no respaldó el indulto. Fue el cisma que creó un ala ‘albertista’ y otra ‘keiquista’.
La división familiar públicamente se ha dado por zanjada. De hecho, en julio pasado, la hija anunció que el padre sería nuevamente candidato presidencial para 2026. “Hoy reafirmo mi decisión y voluntad de asumir todos los riesgos“, aseguró Fujimori en junio.
“Nos queda Keiko nada más. La salvadora del Perú“, subrayó otra mujer que esperaba su turno para ver el ataúd. En el grupo que la acompañaba, nadie le contestó. Así como no hay una respuesta clara sobre qué será del fujimorismo ahora sin el jerarca.
El otro Perú
Pero muy pocos la mencionaban. Como era de esperarse, la atención estaba en el “chino valiente”. Al sitio llegaron incluso de otras provincias para dejarse la voz en vítores. “¡En costa, sierra y selva, el chino está presente!”, cantaban constantemente.
A pocos metros estaban unos efectivos que formaban el amplio despliegue policial que se dio en la zona. Muy cerca estaban también los húsares de Junín, como parte del protocolo dispuesto luego de que el Ejecutivo de Dina Boluarte autorizara un funeral de Estado.
“Tantos policías, si así cuidaran a la gente de la delincuencia”, indicó con ironía un joven que pasaba por allí. Su comentario va en línea con la sensación ciudadana y los números oficiales que corroboran un alza en los hechos delictivos.
Por su parte, a unos 15 kilómetros aproximadamente del Ministerio de Cultura se realizaba una marcha. Llevaban chaleco naranja, pero no en apoyo a Fuerza Popular, sino porque son miembros de la Federación de Trabajadores de Construcción Civil y de Actividades Afines del Perú.
Es el otro país, el que sigue su día a día y protesta para que se escuchen sus demandas. Esa nación piensa más en el aumento del sicariato que en el legado de Alberto Fujimori, el último líder que acumuló todo el poder en Perú, el último vestigio del siglo XX en la nación andina.
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