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Tecnofeudalismo y Trump: El Poder de las Big Tech en la Era Digital

por Ideso TV
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De la toma de posesión de Donald Trump se pueden destacar varios aspectos. Por ejemplo, sus amenazas de claro tinte imperialista, como la de retomar el Canal de Panamá si el país no reducía las tarifas para los barcos estadounidenses, o su intención de renombrar el Golfo de México como el Golfo de América.

También se puede hablar de sus planes para poner en marcha lo que él mismo calificó como el “mayor esfuerzo de deportación” en la historia de Estados Unidos, con un objetivo de entre 15 y 20 millones de personas que se encuentran de forma ilegal en el país, comenzando con aquellos que describió como “criminales”.

Sin embargo, en este artículo se centrará la atención en la puesta en escena de su investidura, en la que Trump colocó a los magnates tecnológicos multimillonarios por delante de los miembros de su propio gabinete. Durante la ceremonia en la rotonda del Capitolio, líderes del sector tecnológico como Mark Zuckerberg, CEO de Meta; Tim Cook, CEO de Apple; Sundar Pichai, CEO de Google; Jeff Bezos, fundador de Amazon; y Elon Musk, CEO de Tesla, se reunieron para simbolizar la relación cada vez más estrecha entre la industria tecnológica y el nuevo presidente de Estados Unidos.

La creciente influencia de las grandes empresas tecnológicas, conocidas en inglés como Big Tech, recuerda a la de los señores feudales de la Europa medieval. A este nuevo sistema se le ha denominado tecnofeudalismo.

Si en el feudalismo clásico la estructura social era rigurosamente jerárquica, con señores que poseían la tierra y siervos o campesinos que trabajaban para ellos a cambio de protección y una parte de la producción, en la versión contemporánea del siglo XXI son las grandes corporaciones las que controlan los territorios digitales esenciales: los datos y las plataformas en línea, que se han convertido en pilares fundamentales de la economía y la sociedad actuales. En este nuevo modelo, los usuarios de estas tecnologías se asemejan a los siervos del pasado, dependiendo de estas plataformas para realizar actividades cotidianas que van desde la comunicación y el consumo hasta el trabajo y el entretenimiento.

Estas empresas ejercen una influencia sobre nuestros comportamientos y decisiones de manera que no siempre es tan voluntaria como podría parecer. Al igual que los señores feudales controlaban la tierra y el trabajo, las grandes tecnológicas tienen un poder desmesurado sobre los datos y el acceso a los espacios digitales.

Este monopolio de poder refleja la estructura feudal de antaño, donde una élite reducida controla los recursos fundamentales de los que depende la mayoría de la población.

Es importante señalar que el flujo de datos ha superado al de los bienes físicos en su contribución al PIB global. El ascenso del tecnofeudalismo nos obliga a reflexionar de manera crítica sobre el poder de las grandes tecnológicas en nuestras vidas, especialmente en un momento en el que nos adentramos en una era dominada por la inteligencia artificial.

Aunque este “nuevo” sistema económico afecta a todo el mundo, existe una diferencia significativa entre Occidente y lo que se podría denominar el “Resto”. En este sentido, se puede afirmar que, entre quienes consideran que el colonialismo es una cuestión del pasado y aquellos que creen que sigue vigente, surge una tercera perspectiva —o una variante de la segunda— que sostiene que no solo el colonialismo persiste, sino que, en este momento, está transformándose en su forma más poderosa hasta la fecha: el colonialismo de datos.

El colonialismo de datos no implica una apropiación literal de tierras, sino la toma de control absoluto sobre recursos de cualquier índole a través de medios digitales.

Hoy en día, lo que se está apropiando es la vida social de los seres humanos. El flujo y la textura de las vidas individuales están siendo capturados por las corporaciones —y, en ocasiones, también por los gobiernos. Esta apropiación se materializa en forma de datos, los cuales generan un valor económico que beneficia principalmente a las corporaciones.

El conocimiento es poder, y la cantidad de información que las instituciones externas tienen sobre nosotros está aumentando de manera exponencial.

Con la pandemia de COVID-19, la escala y la omnipresencia del colonialismo de datos aumentaron significativamente. A medida que la crisis sanitaria se expandía, crecía la necesidad de monitorear cómo se propagaba la enfermedad a nivel global, y mientras las personas permanecían bajo confinamiento, muchos más procesos migraron a plataformas digitales. Con el aumento de la transformación digital, también se expandió el alcance del colonialismo de datos.

La desposesión de datos se vuelve particularmente tangible cuando se observa cómo estos mismos datos están siendo utilizados por las tecnologías de inteligencia artificial implementadas por los gobiernos de la era digital. De hecho, puede resultar fácil no percibir el colonialismo de datos como una parte de nuestras vidas. Los datos y los algoritmos operan, la mayoría de las veces, sin ningún consentimiento o permiso directo, en el trasfondo de nuestras rutinas.

A menudo aceptamos esta dinámica porque las empresas nos aseguran que su objetivo es facilitar, conectar y organizar nuestras vidas. Además, podemos llegar a sentirnos atrapados en estos sistemas extractivos porque no existen otras alternativas o, incluso, porque nos resultan útiles. Por todas estas razones, imaginar una alternativa al marco colonial que nos rodea puede ser, de hecho, un desafío real.

Esta nueva forma política ha sido denominada tecnocracia autoritaria, pero es una visión profundamente occidental. Para lo que se conoce como el “Resto”, es decir, aquellos que no pertenecen a Occidente, el dominio colonial siempre ha ido acompañado de una división y jerarquización entre quienes son considerados humanos y, por lo tanto, aptos para disfrutar de los beneficios de la democracia, y aquellos que nunca han tenido acceso a ella por no estar “preparados” para ello. En otras palabras: democracia para nosotros (entendido el “nosotros” desde una perspectiva racial) y autoritarismo para el resto.

El tecnofeudalismo ofrece un marco para entender la concentración de poder económico y tecnológico en manos de unas pocas corporaciones gigantes. A medida que avanzamos en el siglo XXI, se hace esencial mantener un diálogo abierto y crítico sobre el papel de las Big Tech en nuestra sociedad. Es necesario cuestionar y analizar su influencia para garantizar que el futuro tecnológico sea inclusivo y no esté marcado por la voluntad colonial de acumulación de recursos de poblaciones originarias, como podría ser el caso de Irán.

Extraído de HispanTV

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