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El Ártico es una de las áreas más inhabitables del mundo. A pesar de eso, la región ártica reviste especial importancia por ser una reserva de materias primas y desempeñar un enorme papel en los procesos de equilibrio ecológico de Europa, Asia y América. Múltiples estados se sienten atraídos por las perspectivas de desarrollar el potencial de petróleo y gas de la plataforma continental ártica, las reservas de agua dulce y la posibilidad de acortar las rutas transcontinentales de transporte que podrían servir a sus intereses nacionales.
¿Cuáles son los países que tienen interés?
La zona abarca todo el océano Ártico, las partes adyacentes de los océanos Pacífico y Atlántico y los márgenes de los continentes euroasiático y norteamericano dentro del Círculo Polar Ártico. Ahí se encuentran los territorios de cinco países subárticos, que tienen sus propios ‘sectores’: Rusia, EE.UU., Canadá, Dinamarca y Noruega.
Otras dos naciones – Suecia y Finlandia – disponen de los territorios más allá del Círculo Polar Ártico, pero no tienen acceso a la costa del océano Ártico, por lo que no están incluidos entre los estados que reclaman compartir la plataforma continental de los mares árticos. Islandia tampoco tiene acceso directo al Ártico: al estar en la periferia de la zona ártica, se considera una isla situada principalmente en el océano Atlántico. Dinamarca, a la que pertenece la isla de Groenlandia como un territorio autónomo, también es participante de la nueva redivisión del espacio ártico.
El Ártico también despierta un gran interés entre los países cuyos territorios están muy alejados, entre ellos son China, India, Japón, Corea del Sur. Unas 25 naciones se han declarado dispuestos a explotar yacimientos en la plataforma ártica, entre ellos los miembros del BRICS. En total, más de 60 Estados han expresado su deseo de participar en el desarrollo del Ártico.
Riquezas del Ártico
Canadá fue el primero en iniciar la producción comercial de petróleo en el Ártico en 1920. En los años 1960, la exploración geológica soviética descubrió enormes yacimientos de hidrocarburos en el distrito autónomo de Yamalo-Nénets. En total, se han descubierto más de 400 yacimientos terrestres de petróleo y gas por encima del Círculo Polar Ártico: 60 están en fase de desarrollo y 40 de ellos pertenecen al sector ruso del Ártico, de acuerdo con los datos de la Sociedad Geográfica Rusa.
Por ejemplo, en la plataforma del mar de Barents se han explorado 11 yacimientos: cuatro de petróleo, incluido Prirazlomnoye, el único yacimiento de la plataforma ártica rusa donde ya ha comenzado la producción de petróleo; tres de gas; tres de condensado de gas natural; y uno de petróleo y condensado de gas. Los recursos recuperables totales del Ártico ruso se estiman en 106.000 millones de toneladas equivalentes de petróleo, y las reservas de gas en 69,5 billones de metros cúbicos.
Los expertos calculan que el Ártico contiene hasta el 13 % de las reservas mundiales de petróleo por descubrir y hasta el 30 % de las de gas.
Contradicciones en el Ártico
Debido a la importancia de la región, en las últimas décadas se han intensificado las contradicciones geopolíticas y geoeconómicas del Ártico, lo que se agrava con el hecho de que no existe ningún documento independiente que defina su situación jurídica.
Canadá fue el primer país en definir sus fronteras hasta el polo, y luego, mirándolo bien, todos los demás países con acceso al océano Ártico: la URSS, Noruega, Dinamarca, país del cual forma parte Groenlandia. Entonces, en la década de 1920, según el Tratado de París, la parte marítima del Ártico se dividió en cinco sectores entre estos países. El enfoque sectorial determinaba el estatuto jurídico de las islas y las tierras, pero no el de las zonas acuáticas de estos sectores.
Mucho ha cambiado con la adopción en 1982 de La Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, que no dice nada sobre la división sectorial. La normativa establece que 12 millas náuticas son las aguas territoriales soberanas; 200 millas náuticas es la zona económica exclusiva, donde se permite la libre navegación de todos los países, pero el derecho exclusivo de un Estado determinado a utilizar los recursos minerales y biológicos. Rusia no ratificó la Convención hasta 1997, mientras que EE.UU. todavía no ha firmado el documento, aunque de vez en cuando surgen debates al respecto en el Senado. De hecho, la Convención de 1982 no hizo más que dificultar el establecimiento de fronteras, señalan los expertos.
¿El mejor trozo del ‘pastel’ ártico?
Actualmente, la principal disputa se centra en la dorsal de Lomonósov, que se extiende por el fondo del Océano Ártico desde las islas rusas de Nueva Siberia hasta Canadá y Groenlandia. Según las previsiones, esta zona de la plataforma es una de las más ricas en reservas de hidrocarburos: el volumen total de recursos de petróleo y gas en la zona puede alcanzar los 5.000 millones de toneladas equivalentes de combustible.
La zona ártica rusa es varias veces mayor que los territorios similares de otros países: es de aproximadamente 1,2 millones de kilómetros cuadrados (en comparación, todo el océano Ártico abarca 14,75 millones de kilómetros cuadrados). Se caracteriza por unas condiciones geográficas y de transporte favorables.
Moscú solicitó ante la ONU ampliar su plataforma ártica en 2001 y 2015, y después reforzó su solicitud con nuevas pruebas científicas. Una de las solicitudes fue concedida. En 2014, Rusia obtuvo una plataforma de 52.000 kilómetros cuadrados en el mar de Ojotsk. En 2019, la subcomisión de la ONU declaró la pertenencia geológica de los territorios incluidos en los límites ampliados de la plataforma continental a las estructuras de la continuación de la plataforma y el continente de Rusia, sin embargo, la decisión final no se tomó.
Disputas territoriales
Los países vecinos no reconocen las vastas posesiones polares de Rusia e intentan llevarse un trozo del ‘pastel’ ártico. Canadá ha declarado en repetidas ocasiones que la dorsal de Lomonósov podría ser una prolongación de la estructura geológica del continente norteamericano y, por tanto, una zona de sus intereses económicos.
Esto cuenta con el apoyo de EE.UU., que expresa su preocupación por la creciente presencia rusa en el Ártico. Sin embargo, Washington no puede recurrir a la Comisión de Límites de la Plataforma Continental porque aún no han ratificado la Convención de 1982.
Además, Ottawa y Washington no pueden decidir quién se quedará con el mar de Beaufort, que contiene importantes reservas de petróleo y gas natural por descubrir, señala el experto Dmitri Plótnikov en un artículo para la revista ‘Rusia en la política global’.
Mientras tanto, Dinamarca está contratando científicos para demostrar que la dorsal de Lomonósov es una extensión de Groenlandia. En 2014, Copenhague ya solicitó ampliar el límite exterior de su plataforma continental en el océano Ártico y, sin embargo, todavía no hay resolución.
La Ruta Marítima del Norte
A parte de ser un almacén de riquezas naturales, el Ártico tiene ventajas logísticas. Ahí se encuentra la Ruta Marítima del Norte, que es el camino más corto entre Rusia, EE.UU. y los países de Asia-Pacífico.
El ritmo de deshielo en el Ártico, más acelerado que en otras partes del mundo, hace que los expertos empiecen a ver el potencial éxito comercial de la ruta. Rusia controla la mayor parte de este camino, lo que significa que los países deben obtener el permiso de los rusos y pagar derechos de tránsito, una circunstancia que dificulta la situación de los países europeos debido a las tensas relaciones entre Moscú y Occidente, señala Audun Halvorsen, director del Departamento de Emergencias de la Asociación Noruega de Armadores.
En la actualidad, el interés más activo por la Ruta Marítima del Norte lo muestra China, como principal expedidor y receptor de mercancías transportadas por vía marítima. Pekín desea ampliar su presencia en la región ártica e incluso adoptó su propia estrategia en 2022 sin ser una potencia ártica. El pasado mayo, Moscú y Pekín acordaron promover la Ruta Marítima del Norte como un importante corredor de transporte internacional.
Expansión de la OTAN
Tras la Guerra Fría, los países árticos trataron de preservar el área alrededor del Polo Norte como zona de cooperación. Sin embargo, la competencia estratégica entre Washington, Moscú y Pekín ha convertido el Ártico en un foco crítico para la seguridad, el acceso a los recursos y el control de las rutas marítimas emergentes, explica Kiel Pechko, experto del Instituto Ártico (Washington D.C.).
En 2024, Washington actualizó su Estrategia para el Desarrollo del Territorio Ártico, en la que lo ve a través del prisma de la rivalidad entre grandes potencias. Rusia, junto con China, es identificada en el documento como uno de los principales retos de seguridad en la región.
Desde 2022, EE.UU. ha ido aumentando su presencia militar, diplomática y económica en la región. Según Plótnikov, está claro que el país norteamericano quiere ampliar su acceso a los recursos naturales, que abundan en el Ártico.
Así, en junio de 2023, la Cooperación de Defensa nórdica (NORDEFCO), una asociación de cinco países nórdicos (Dinamarca, Finlandia, Islandia, Noruega y Suecia) con la participación de aliados de la OTAN, realizó un ejercicio militar a gran escala en el que participaron 150 aviones y 3.000 soldados de infantería. En febrero de 2024, 8.000 militares estadounidenses y de sus socios se entrenaron en Alaska para adaptarse a las duras condiciones del Ártico.
Además, la OTAN tiene previsto crear en el norte de Noruega, un centro de operaciones anfibias, que formará a paracaidistas estadounidenses, británicos y neerlandeses en condiciones árticas. Se planea que el centro esté operativo en 2026 y podrá albergar hasta 500 militares. Al mismo tiempo, en el marco de la reunión de ministros de Defensa de la OTAN, celebrada el pasado octubre, un grupo de 13 Estados miembro respaldó la iniciativa Northlink, que prevé la construcción de sistemas de comunicaciones basados en el espacio exterior utilizando los satélites comerciales existentes en el Ártico.
Defender intereses en términos militares
Moscú ha advertido en varias ocasiones al OTAN contra la militarización de la región. “El Ártico no es territorio de la Alianza del Atlántico Norte”, afirmó el canciller ruso, Serguéi Lavrov, el pasado septiembre. “Este deseo de globalizarse y legitimarse, de afirmarse como un gendarme mundial y no como uno del Atlántico Norte, se extiende también a la región ártica”, añadió. En este contexto, subrayó que Moscú está “plenamente preparado para defender sus intereses en términos militares, políticos y técnico-militares”.
Para contrarrestar posibles amenazas en la colosal macrorregión y, al mismo tiempo, acelerar el desarrollo económico e infraestructural de la zona ártica, Rusia modernizó en la última década sus bases militares en el Ártico, desplegó misiles de defensa y mejoró su flota de submarinos, al tiempo que desarrollaba la pesca, el petróleo y la extracción de minerales.
Al mismo tiempo, la política antirrusa de Occidente cimentó el giro ‘hacia el Este’ en la política ártica de Moscú. “La interacción entre Rusia y China sobre el desarrollo de la región ártica se está convirtiendo en uno de los ámbitos importantes de las relaciones ruso-chinas de asociación global y cooperación estratégica que entra en una nueva era, y China tiene ahora la oportunidad histórica de convertirse en el nuevo socio prioritario de Rusia en la ejecución de los proyectos árticos”, señaló Liudmila Filíppova, investigadora principal del Instituto de China y Asia Moderna de la Academia Rusa de Ciencias.
En opinión de los expertos, para mantener la soberanía y una presencia rusa sostenible en el Ártico, Moscú necesita aumentar sus inversiones en la región. La Estrategia para el Desarrollo de la Zona Ártica de la Federación Rusa hasta 2035 prevé una inversión de 187.000 millones de dólares, lo que está muy por delante de sus competidores más cercanos: Noruega y Suecia. Las inversiones se destinarán a desarrollar la Ruta marítima del Norte, explotar yacimientos de petróleo y gas, extraer minerales y construir plantas de GNL. Además, la estructura del gasto incluirá la mejora de la calidad de vida de la población autóctona y de las condiciones sociales de la actividad económica.
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