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Si hay una música representativa de Argentina, sin duda, esa es el tango. Un sonido distinguido, pasional, melancólico, reconocido en todo el mundo y símbolo de la identidad y la cultura rioplatense. Pero, como en muchos otros órdenes de la vida y la historia del país, hay en el origen del tango una parte tan crucial como invisibilizada: la presencia de artistas negros.
Entre 1777 y 1812 entraron a los puertos de Buenos Aires y Montevideo, Uruguay, 700 barcos con 72.000 personas esclavizadas provenientes de África, que fueron explotadas entre las familias aristocráticas para el trabajo forzado.
Hacia 1810, Buenos Aires tenía alrededor de 40.000 habitantes, un tercio del cual era de origen africano. Ya para la era poscolonial, los afroamericanos eran parte fundamental y constitutiva de la idiosincracia porteña.
Tanto es así que la primera partitura conocida de tango pertenece a Rosendo Mendizábal (1868-1913), un destacado pianista y compositor de descendencia afro-argentina, proveniente de una familia acaudalada. Mendizábal es autor de El Entrerriano (1897), y forma parte del incipiente movimiento cultural tanguero que integraron poetas, músicos y bailarines llamado ‘Guardia Vieja’, que hoy da nombre a una calle del arrabalero barrio de Almagro.
Duelo de guitarras
Otro ícono del aporte afro a la construcción de la identidad porteña fue Gabino Ezeiza (1858-1916), un referente de la payada argentina, un canto con guitarra en contrapunto asociado a la vida gaucha y las pulperías, a las que este descendiente de esclavos africanos le sumó el ritmo de la milonga.
Cuenta la leyenda que en 1884, ya popularizado como artista en la noche porteña, Ezeiza fue desafiado por el uruguayo Juan de Nava para dar el primer combate de payadores del que se tenga registro. Se realizó en Paisandú (Uruguay) un 23 de julio, y desde 1992, ese día se celebra en Argentina el Día del Payador.
La popularidad de Gabino Ezeiza despertó el deseo de otros payadores a retarlo a duelo. “Ese moreno poeta/ que tanta fama le dan/ díganle que Santillán/ a ningún negro respeta”, le mandó a decir Maximiliano Santillán, payador oriundo de Santiago del Estero, con quien compitió en otro contrapunto improvisado que hoy podríamos asemejar a las batallas ‘freestyle’ de rap. Gabino resultó ganador con su décima Heroico Paisandú.
Valioso legado musical
Y si bien Carlos Gardel (1890-1935) es sin dudas el artista más conocido en el tango a nivel mundial, pocos saben que varios de los músicos que lo acompañaron eran negros. Por caso, dos de sus guitarristas y compositores más conocidos fueron Guillermo Barbieri (1884-1935) y José ‘el Negro’ Ricardo (1888-1937).
Barbieri fue incluso el ladero musical que más tiempo perduró al lado del ‘Zorzal criollo’, con quien grabó numerosas obras. Murió junto a Gardel en el trágico accidente de avión ocurrido el 24 de junio de 1935, en Medellín, Colombia.
No pueden dejar de mencionarse otros nombres clave en la historia del tango como Enrique Maciel (1897-1962), compositor del vals La pulpera de Santa Lucía, o Joaquín Mora, pianista excelso y descendiente de personas esclavizadas, que dejó una pieza deliciosa llamada, justamente, Esclavo.
Tampoco el de Ruperto Leopoldo ‘El Africano’ Thompson (1890-1925), un contrabajista menos conocido, pero que ha dejado su huella imborrable al emular el sonido del tambor con su instrumento.
Thompson introdujo el estilo ‘canyengue’, un tipo de tango moderno, popular y bailable que, a diferencia del que sonaba en los grandes salones, era danzado por malandras y mujeres prostituidas en los suburbios de Buenos Aires. De allí la palabra ‘cachengue’ con la que los jóvenes de hoy se refieren a los sonidos fiesteros de cumbia o reguetón.
Por si faltaran registros y pruebas de la influencia afroargentina en la música tradicional, el antropólogo Pablo Cirio, del Instituto Nacional de Musicología Carlos Vega, halló el documento escrito porteño más antiguo en que aparece la palabra “tango”. Data del 11 de noviembre de 1802 y es un boleto de compra-venta de un “sitio de negros” en el barrio de La Concepción (hoy Constitución).
A partir de allí, Cirio investigó durante tres décadas a distintas generaciones de afroargentinos vinculados al tango, y lleva identificados 40 compositores con cerca de un millar de piezas musicales, publicadas e inéditas. Algunos de ellos han sido claves en la evolución del género, pero el racismo y la memoria hegemónica, dominada por el argentino blanco, los ha dejado afuera, al menos de los libros.
Tan solo al preguntarnos sobre la etimología de la palabra tango surgen resistencias. Si bien son varias las hipótesis sobre el origen del término, la mayoría refieren que proviene de dialectos africanos que llegaron a América en la voz de las personas esclavizadas.
Entre los años 40 y 60, las milongas de carnaval dieron mayor impulso al tango. Y desde mediados de la década del 20 hasta fines de la década del 70, existió un lugar de encuentro y celebración para la comunidad afroporteña de Buenos Aires.
El ‘Shimmy Club’ era cada año la cita ineludible de los carnavales. Se realizaba en un salón alquilado de la Casa Suiza, en un edificio del centro de Buenos Aires que fue demolido en 2015, a pesar de la resistencia de los vecinos y la comunidad.
Federico Pita es licenciado en Ciencias Políticas de la Universidad de Buenos Aires y fundador de la Diáspora Africana de la Argentina (Diafar). También es miembro de la Articulación Regional de Afrodescendientes de las Américas y el Caribe (Araac).
Federico Pita, politólogo y activista afroargentino
La música que nos representa internacionalmente tiene origen negro, justamente en un país donde se precian de decir no solo que somos todos blancos, que es absolutamente falso, sino que los negros no existimos”.
Además de ser un activista por los derechos de las personas afrodescendientes y por la visibilidad de su cultura, Pita ha escuchado infinidad de historias sobre el Shimmy Club en las reuniones familiares. Su abuelo, Justo Pita, fue uno de los organizadores de las fiestas de carnaval de la segunda mitad del siglo XX.
“Los carnavales se celebraron durante 40 años, los ocho sábados del verano. Con el tiempo dejó de hacerse en la Casa Suiza, se intentó sostener en otros lugares pero finalmente se disipó, en el marco de la dictadura militar y la crisis económica de los 70. El baile este era uno de los grandes espacios de sociabilidad de la comunidad afroporteña. Mi papá fue hasta los 20 años, también mi mamá, mis tías y mis primos”, cuenta el politólogo a RT.
La Casa Suiza tenía un salón principal a la altura de la calle donde había orquestas de jazz, tango y música tropical. Luego había un sótano donde las familias llevaban tambores y generaban su propio espectáculo-ritual, tocando y bailando candombe porteño y rumba abierta (rumba argentina con raíces de tradición cubana).
“La parte de arriba era más familiar, y abajo había más calor, más sabor, dírían algunos. Era un ambiente prohibido para los menores, pero del cual todos querían participar, y ya cuando tenías determinada edad te escapabas a mirar y tus padres te venían a buscar”, reconstruye Federico Pita con base en las cientos de anécdotas que oyó de su familia.
Racismo cultural
Según el activista, el tango era una música que estaba presente en estos carnavales dada la conexión con la milonga y el candombe, raíz primigenia de toda una línea de una correlación musical, junto con la payada.
“Gran parte de los músicos y los letristas de la Guardia Vieja, que evoca a un grupo de pioneros del tango, era afroporteño. Eso está absolutamente documentado, no hay que hacer una investigación para saberlo”, reconoce.
Pita sostiene que la invisibilización de este grupo de músicos “es producto de un discurso racista feroz que niega la presencia innegable de la negritud en el origen del tango”.
El activista lo define como el fenómeno del racismo estructural o sistémico, derivado de lo que se conoce como la apropiación cultural. “Pasa con casi todos los rirtmos de matriz negra a lo largo y ancho de la historia de las Américas. Vos decís rock y la gente piensa en Elvis Presley, pero todos sabemos que los primeros rockeros eran negros. Lo mismo ocurre con el jazz, con el rap, con toda la música de origen negro. En Argentina no hay excepción: el producto cultural de mayor éxito, de factoría local, fue indudablemente el tango. Y es el ritmo que nos distigue a los argentinos a nivel mundial. La música que nos representa internacionalmente tiene origen negro, justamente en un país donde se precian de decir no solo que somos todos blancos, que es absolutamente falso, sino que los negros no existimos“.
A pesar de su constante evolución y éxito en Argentina, el tango era catalogado por las clases aristocráticas como una música de burdel, de vagos y malvivientes. Sin embargo, para 1928, la voz de Gardel conquistó París, el estilo deslumbró a Francia y poco a poco se abrió camino en el viejo continente de la mano de otros artistas.
Así, el tango comenzó a ser aceptado a nivel local, también en las altas esferas de la sociedad, pero como una música de blancos.
“El tango tiene esa particularidad. Es un ritmo que triunfa en Europa y por lo tanto es inadmisible su negritud para el ideario racista nacional. Evidentemente ese discurso ha hecho estragos”, advierte Pita.
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