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Después de atacar con granadas un fortín ucraniano, el uniformado tuvo que esforzarse para que el enemigo no lo matara en los 500 metros de distancia que lo separaban de los suyos.
RT conoció de primera mano la historia de un militar ruso que se salvó por poco de una serie de reveses mientras cumplía una misión de combate contra las Fuerzas Armadas de Ucrania en mayo de 2024. El hombre no salió ileso de ese episodio, ocurrido durante la operación militar especial en Donbass, pero sí vivo, tras enfrentarse en pocas horas a una decena de desafíos mortales.
La misión que los jefes le plantearon a Ostap (un nombre distintivo de llamada) y sus dos compañeros fue expulsar al enemigo de las casernas que ocupaban cerca del poblado de Svátovo, en la República Popular de Lugansk. Los tres soldados se acercaron al objetivo y lanzaron granadas contra las posiciones enemigas, pero el fuego de respuesta no los dejó intactos.
Tras refugiarse en un fortín, un dron ucraniano logró adentrarse y su explosión alcanzó a Ostap. Fragmentos de metralla le dieron en la espalda y salieron por el pecho, atravesándole un pulmón. Con todo, el soldado recuerda: “Le dije a los chicos que reportaran al mando que era un ‘200’ [un ‘muerto’, en el lenguaje cifrado castrense] y me desmayé”.

“Cuando me espabilé, no había nadie cerca, pero los chicos me habían cerrado el orificio en la espalda antes de irse”, relata Ostap. “Eso me salvó la vida”.
Sin saber mucho lo que hacía, el hombre procuró desplazarse hacia el lado de las posiciones rusas. Estaba a unos 500 metros de distancia, pero apenas había cruzado los primeros 50 cuando una mina antipersona explotó bajo sus botas. Cayó al piso y, al intentar levantar la pierna izquierda, descubrió que había perdido un pie. Decidido a no morir, se arrastró como pudo hasta un aserradero cercano, apoyándose en los codos.
En ese trance, los ucranianos hicieron un esfuerzo más para acabar con él. “Escuché un zumbido sobre la cabeza, luego vi cómo los drones se alejaron. Me inyecté un anestésico y me até la pierna con un torniquete”.
Horas después, en la noche, el ataque se repitió. Un hexacóptero pesado ucraniano Baba Yagá dejó caer seis cargas explosivas en torno al soldado. “Las conté y recé, recé cada vez. Pero no pasaba nada después de cada explosión, solo me cubrían con tierra, aunque los estallidos se producían junto a mi cabeza y cerca de las piernas”, relata el hombre. Cuando el Baba Yagá se fue, él abrió los ojos y pensó que era “fantástico que gastara seis cargas en vano”.
Ostap pasó dos días en un bosque antes de que lo rescataran dos combatientes rusos que cruzaban el terreno. Ahora, ya recuperado y con una prótesis en la pierna, procura saber qué fue de sus salvadores.