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El Ártico se ha convertido en un foco crítico para la seguridad, el acceso a los recursos y el control de las rutas marítimas emergentes.
El Ártico, a menudo asociado a paisajes serenos y vida salvaje, no es solo una región pintoresca, sino una zona de importancia estratégica determinada por fuerzas medioambientales, políticas, económicas y militares.
El área incluye partes de Rusia, Estados Unidos (Alaska), Canadá, Dinamarca (Groenlandia), entre otras. En opinión de algunos expertos, esto podría explicar el deseo del presidente electo de EE.UU., Donald Trump, de hacerse con dos territorios árticos bastante amplios: Canadá, así como Groenlandia, la isla más grande del mundo que pertenece a Dinamarca, pero que disfruta de una amplia autonomía.
Cuestión de seguridad
Tras la Guerra Fría, los países árticos trataron de preservar el área alrededor del Polo Norte como zona de cooperación. Sin embargo, la competencia estratégica entre Washington, Moscú y Pekín ha elevado significativamente su importancia geopolítica en la última década. Los avances militares de Rusia y China en contraste con los esfuerzos más lentos de EE.UU. y la OTAN, han convertido el Ártico en un foco crítico para la seguridad, el acceso a los recursos y el control de las rutas marítimas emergentes, explicó Kiel Pechko, experto del Instituto Ártico (Washington D.C.) en un artículo, publicado este martes.
En la última década, Rusia modernizó sus bases militares en el Ártico, desplegó misiles de defensa y mejoró su flota de submarinos, al tiempo que desarrollaba la pesca, el petróleo y la extracción de minerales para contrarrestar posibles amenazas en la colosal macrorregión y acelerar el desarrollo económico e infraestructural de la zona ártica. Entretanto, China dio muestras de sus crecientes ambiciones, aumentando sus inversiones en el Ártico, investigando aplicaciones militares y ampliando su flota de rompehielos. “Estos acontecimientos ponen de relieve la evolución del papel del Ártico en las oportunidades económicas y la rivalidad estratégica, lo que plantea importantes retos a la gran estrategia estadounidense”, apuntó el experto.
El Ártico norteamericano alberga infraestructuras de defensa críticas para Washington y sus aliados, incluidos radares de largo alcance, situadas en Alaska, apuntó en un artículo para la revista Indo-Pacific Defense FORUM, Christopher Rierson, capitán del Comando de Operaciones Especiales Norte de EE.UU. “Si un conflicto regional se extendiera al Ártico, EE.UU. podría verse afectado por la interrupción del conocimiento del dominio en Alaska y la interrupción de la infraestructura de proyección de poder, lo que podría comprometer el despliegue de capacidades avanzadas en el Indo-Pacífico y otros escenarios”, agregó.
“Campo de batalla crítico”
A su vez, Groenlandia es “una autopista desde el Ártico hasta América del Norte”, afirmó Robert O’Brien, quien fue el consejero de Seguridad Nacional durante el primer mandato de Trump. En una entrevista reciente con Fox News, el político apuntó que el Ártico “va a ser el campo de batalla crítico del futuro porque, a medida que el clima se calienta, el Ártico va a ser una vía que tal vez incluso reduzca el uso del canal de Panamá”.
Además, en opinión de algunos expertos, es una región clave para Estados Unidos en su intento de oponerse a Rusia y China, y cada vez está más disputada a medida que el deshielo abre nuevas rutas marítimas. “Las vías de circulación en el Ártico están cambiando debido al cambio climático”, declaró José W. Fernández, subsecretario de Crecimiento Económico, Energía y Medio Ambiente del Departamento de Estado de EE.UU., citado por The New York Times. “Es algo a lo que estamos dedicando cada vez más atención, y cualquier nueva administración lo va a tener que abordar en el futuro”, agregó.
Disputas territoriales
Actualmente, decenas de Estados han expresado reivindicaciones sobre el territorio del Ártico, entre ellos Estados Unidos, Rusia, Canadá, Dinamarca (a través de Groenlandia), Finlandia, Islandia, Noruega y Suecia. Estos países poseen flotas árticas y están aumentando su presencia militar en la zona, apuntan expertos. Los Estados que reclaman los recursos del Ártico se enfrentan a la difícil tarea de definir los límites exteriores de la plataforma continental en el océano Ártico y delimitar los espacios marítimos de los Estados en sus zonas de contacto.
En la década de 1920, según el Tratado de París, la parte marítima del Ártico se dividió en cinco sectores entre la URSS, EE.UU., Dinamarca, Noruega y Canadá. El principio de la división sectorial era sencillo: los puntos extremos de los países con sus territorios frente al océano Ártico estaban conectados con el Polo Norte. Es decir, la plataforma ártica solo debe ser gestionada por los Estados árticos. Esta división no fue cuestionada oficialmente por otros Estados.
Mucho ha cambiado con la adopción en 1987 de La Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, que no dice nada sobre la división sectorial. La normativa establece que 12 millas náuticas son las aguas territoriales soberanas; 200 millas náuticas es la zona económica exclusiva, donde se permite la libre navegación de todos los países, pero el derecho exclusivo de un Estado determinado a utilizar los recursos minerales y biológicos. Rusia no ratificó la Convención hasta 1997, mientras que Estados Unidos todavía no ha firmado el documento, aunque de vez en cuando surgen debates al respecto en el Senado.
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