El 11 de febrero de 1945 los líderes de tres países aliados clave involucrados en la lucha contra la Alemania nazi clausuraron la histórica Conferencia de Yalta, emitiendo un comunicado final que definía el futuro de Europa y de Asia-Pacífico. El entonces presidente de Estados Unidos, Franklin Roosevelt, el primer ministro del Reino Unido, Winston Churchill, y el presidente del Gobierno de la URSS, el mariscal Iósif Stalin, llevaron a cabo ocho reuniones trilaterales desde la apertura de la cumbre en Crimea el 4 de febrero.
Acordaron infligir juntos la derrota total a Alemania; ocupar su territorio y repartir el control del mismo, con la posible participación de Francia; obligar a los alemanes a reparar los daños ocasionados a los países aliados, para lo cual se instituía una comisión con sede en Moscú; convocar en la ciudad de San Francisco (EE.UU.) una Conferencia de Naciones Unidas para instituir una organización internacional con el objetivo de prevenir agresiones y la “colaboración permanente de todos los pueblos amantes de paz” (la futura ONU).
En el marco de la Declaración de la Europa Liberada (capítulo V del comunicado), los tres líderes dieron inicio al “establecimiento del orden en Europa y reorganización de la vida económica nacional” en los países liberados del nacismo y el fascismo. Se comprometieron a contribuir a las tendencias democráticas y elecciones libres en los países liberados, ayudar a los pueblos necesitados.
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Además, se definieron las fronteras de Polonia y los criterios del reconocimiento multilateral de un futuro gobierno provisional polaco de unidad nacional. Se sugirieron, asimismo, las vías de reconciliación nacional a las autoridades de facto y al gobierno en el exilio de Yugoslavia.
El comunicado también preveía la periodicidad de las futuras reuniones de los jefes de servicios diplomáticos de los tres países. Las partes se comprometieron a propiciar en los tiempos de paz “la unidad de los objetivos y las acciones que hizo posible e indudable la victoria en la guerra contemporánea”.
“Club privilegiado” con una cuota de 3 millones de soldados
Casi 13 semanas restaban todavía hasta la victoria definitiva de los pueblos soviético, británico, francés, yugoslavo, polaco, estadounidense y otros en su lucha contra la Wehrmacht y el nacismo. En el otro teatro de acciones bélicas, en Asia-Pacífico, la guerra contra el Imperio de Japón continuaría varios meses más. Roosevelt aprovechó los encuentros con Stalin en Crimea para obtener su compromiso de que la URSS declare la guerra a Tokio de dos a tres meses después del cierre de la campaña bélica en Europa.
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El breve acuerdo sobre la participación soviética en la derrota de Japón también fue firmado el 11 de febrero de 1945 y se mantuvo en secreto. La Unión Soviética obtenía a cambio el retorno de las pérdidas territoriales sufridas por el Imperio ruso en la guerra con Japón de 1904—1905, incluidas las islas Kuriles y la mitad sur de la isla Sajalín. El Gobierno estadounidense prometía intermediar con Pekín para que la URSS recuperara las condiciones privilegiadas en los ferrocarriles y los puertos del noreste de China.
Los generales y oficiales que acompañaban a los líderes políticos en la cumbre de Yalta tenían su propia agenda y se reunían para discutir temas prácticos como la disposición mutua de las tropas que permitiera evitar eventuales ataques a los aliados. Otra cuestión fueron los detalles de la futura participación de la Unión Soviética en la guerra contra Japón.
Al plantear en uno de los debates la cuestión de la participación posterior de Francia en el formato de las conferencias de grandes potencias, Churchill afirmó que “representa un club muy privilegiado”. La entrada a este club “cuesta cinco millones de soldados o su equivalente”, detalló, pero Stalin redujo el valor a “al menos tres millones”. A pesar de sus escasos méritos en la guerra, Francia era necesaria para el Reino Unido como un fuerte aliado en caso de que el Ejército estadounidense se retirara de Europa unos dos años después. Esos eran los planes iniciales, que no se hicieron realidad tras la muerte de Roosevelt, en abril de 1945, y que fue sustituido en el cargo por el entonces vicepresidente Harry Truman.
En la conferencia de Yalta, EE.UU. y el Reino Unido estuvieron interesados en reservar para Francia una zona de ocupación separada. Puesto que París no asistió a los encuentros en Crimea, no le fue asignado ningún territorio, pero las delegaciones británica y estadounidense acordaron conceder una zona de sus respectivos sectores.
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Valoraciones de los participantes de la cumbre y su percepción actual
Las decisiones tomadas en la histórica cumbre trilateral sentaron las bases del orden mundial de la posguerra y formalizaron la distribución de áreas de influencia entre las potencias occidentales y la Unión Soviética.
Harry Hopkins, el asesor presidencial estadounidense, se expresó con el mayor entusiasmo sobre ese momento. “En nuestros corazones, realmente, creíamos que había amanecido un nuevo día, un día que habíamos esperado durante tantos años y del cual habíamos hablado tanto”, escribió poco después. “Todos estábamos convencidos de que habíamos conseguido la primera gran victoria por la paz y, cuando digo nosotros, me refiero a todos nosotros, a toda la humanidad civilizada”, afirmó.
Churchill compartía en términos generales esta opinión. “Tras la reunión en Crimea […] me queda la impresión de que el mariscal Stalin y los dirigentes soviéticos quieren mantener relaciones amistosas honestas con las democracias occidentales y hablar con ellas de igual a igual”, manifestó.
Por otro lado, no le gustaba el lugar elegido para la cumbre, un complejo perteneciente a viejos palacios de la realeza y la nobleza del Imperio ruso a orillas del mar Negro. “Si hubiéramos dedicado diez años a la investigación, no habríamos podido encontrar un lugar peor en el mundo”, criticó, en probable referencia a las ruinas en las que se encontraba la ciudad de Yalta, como gran parte de la región europea de la URSS después de la invasión nazi.
En la Rusia moderna, se suele valorar que la decisión más importante de la conferencia fue crear una nueva arquitectura del orden mundial, basada en los principios de reciprocidad, igualdad y cooperación. En un artículo publicado la semana pasada, el canciller Serguéi Lavrov destacó la ONU como el “núcleo” del sistema construido en base a lo acordado en Yalta y, meses más tarde, en Potsdam. Enfatizó el valor que tienen esos logros hoy en día, teniendo en cuenta el alto nivel actual de conflictividad y advirtió contra el rechazo irreflexivo a Yalta y Potsdam.
Las disensiones entre las participantes surgieron incluso antes de la victoria alcanzada en mayo de 1945 y, hoy en día, los resultados de la Conferencia de Yalta son cada vez más ignorados y menospreciados por Occidente. Mientras tanto, Moscú afirma que defenderá los logros de la Segunda Guerra Mundial, a pesar de los reveses y el resurgimiento del neocolonialismo.
El profesor de Ciencias Políticas Jorge Verstrynge Rojas relaciona el olvido de 1945 entre los anglosajones con la idea de que pretenden “empujar a los rusos lo más lejos y, sobre todo, impedir que haya un acuerdo entre Rusia, Alemania y Francia”.