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El capitalismo global y la crisis de la humanidad | Opinion

por Ideso TV
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El nuevo libro de William I. Robinson: El capitalismo global y la crisis de la humanidad, (Siglo XXI editores, 2022) viene a engrosar una obra magna, junto con otras dos publicaciones en castellano: Una teoría sobre el capitalismo global: producción, clase y Estado en un mundo Transnacional (2013), y América Latina y el capitalismo global, una perspectiva critica de la globalización (2015). Este trabajo monumental de investigación permite hacer un recorrido dialéctico por un marco teórico urgentemente necesario para hacer frente al capitalismo del siglo XXI desde el campo de las luchas emancipadoras y revolucionarias.

Robinson llega en el momento justo en que era necesario darle oxígeno al marxismo, aplicándolo a una realidad inmersa en una profunda crisis multidimensional de gravedades apocalípticas, en la que está en riesgo la sobrevivencia misma de la especie humana, y en total acuerdo con su opinión de que “la tarea más urgente de cualquier intelectual que se considere orgánico -o políticamente comprometido-, es abordar esta crisis.”

Precisamente, William destaca en el prólogo de esta edición en castellano, que el colapso de la economía global desatado por el coronavirus ha provocado la pérdida de su sostén económico de dos mil millones de personas, con al menos 500 millones que fueron arrojadas a la pobreza y el hambre, mientras se fueron a la quiebra hasta 500 millones de pequeños negocios. Robinson plantea que “nos enfrentamos a una crisis global sin precedente en cuanto a su magnitud y alcance global, el grado de degradación ecológica y de deterioro social, y la escala de los medios de violencia.” Analiza, en este punto, cómo la clase capitalista trasnacional se empeñó en trasladar la carga de la crisis y el sacrificio que imponía la pandemia a las clases trabajadoras y populares, dejando a su paso más desigualdad, más tensión política, más militarismo y más autoritarismo.

Nuestro autor plantea la necesidad de ampliar la mirada al ámbito global, dado que la suerte de cualquier comunidad en el planeta está inseparablemente ligada con la humanidad en su conjunto, que, a su vez determina una “conciencia planetaria”. Esto implica darnos cuenta de que “si queremos resolver los urgentes problemas que aquejan a la humanidad, tales como el colapso ecológico, la guerra (todavía no había estallado el conflicto bélico Rusia – Ucrania, con sus preocupantes derivas), la pobreza, la desigualdad, la enfermedad y la enajenación, tenemos necesariamente que llevar a cabo un enfrentamiento frontal con los poderes fácticos en el sistema capitalista global para restarles el control que esos poderes ejercen sobre los medios de nuestra existencia.”

Muy importante es su análisis de la crisis en la dimensión política, en la que percibe que el dominio capitalista se acerca a una crisis general, frente al colapso de la legitimidad del sistema imperante, que ha provocado una polarización creciente entre una izquierda insurgente y fuerzas ultraderechistas y neofascistas, como hemos podido constatar recientemente con el triunfo electoral en Italia de una coalición abiertamente neofascista, y el alto porcentaje de votos que registraron la ultraderecha y derecha en la primera vuelta de las elecciones presidenciales brasileñas.

Ante este dantesco panorama, coincido plenamente con la conclusión final del prólogo del libro, en el sentido que la resolución de la crisis de la humanidad pasa por el derrocamiento del capitalismo global y su reemplazamiento por un proyecto de socialismo democrático. Sin embargo, manifiesto mis desacuerdos, al menos a partir del caso mexicano, con la idea de “respaldar proyectos de élites reformistas en la medida que atenúen las peores depredaciones del capitalismo global y nos saquen del umbral de la guerra y el fascismo”, dado que, como observamos en México, la militarización y el militarismo, y la guerra o “conflicto armado no reconocido” que acompaña la recolonización de los territorios por la vía de los mega proyectos, están siendo puestos en práctica por un gobierno que pretende estar haciendo una trasformación histórica en el país.

Robinson reitera que sus análisis y teorías sobre esta crisis global son asumidos desde la teoría del capitalismo global, a partir de cambios que podríamos considerar apócales: 1.- Surgimiento de un capital verdaderamente trasnacional y un nuevo sistema global de producción y finanzas en el que todas las naciones y gran parte de la humanidad han sido integradas, ya sea directa o indirectamente. 2.- Conformación de una clase capitalista trasnacional, un grupo de clase que ha atraído contingentes de la mayoría de los países alrededor del mundo. 3.- Establecimiento de aparatos de un Estado trasnacional. 4.- Nueva relaciones de desigualdad, dominación y explotación en la sociedad global, incluyendo la importancia creciente de las desigualdades trasnacionales sociales y de clase en relación a las desigualdades norte–sur geográficamente o territorialmente concebidas. Esta globalización capitalista es un proceso en curso, inconcluso y abierto, contradictorio y conflictivo, impulsado por fuerzas sociales en lucha; es una estructura en movimiento emergente, sin estado final consumado.

Esto lleva inevitablemente a una idea fundamental de Robinson: no es posible entender esta nueva época a través de los paradigmas existentes Estado-nación-céntricos que pretenden explicar la dinámica política y económica mundial como interacciones entre Estados-nación y competencia entre clases nacionales en un sistema interestatal. Debemos centrarnos no en los estados como macro agentes ficticios sino en constelaciones de fuerzas sociales históricamente cambiantes que operan a través de múltiples instituciones, incluyendo aparatos de Estado que están en proceso de trasformación como consecuencia de las agencias colectivas.

En esta dirección, Robinson polemiza con los enfoques que toman categorías históricamente contingentes y específicas como Estado-nación, capital nacional e imperialismo, y las convierten en una estructura inmutable, fija, cosificándolas en este proceso. Por esta razón sostiene el imperativo de un enfoque holístico y de nuevos conceptos, dentro de un análisis estructural y coyuntural. Sostiene que la tarea de una buena ciencia macrosocial es descubrir el caleidoscopio de articulaciones entre la estructura profunda, la estructura y la coyuntura como distintos niveles de análisis que son causales del cambio social abierto. Centrarse en la coyuntura es confundir la mera apariencia con la esencia; centrarse sólo en lo estructural es reduccionismo.

En el capítulo 3, “Más allá de la teoría del imperialismo”, Robinson hace una crítica a las teorías de “un nuevo imperialismo” que proliferaron en los años que siguieron al ataque de septiembre del 2001 contra varios blancos del territorio estadunidense y las subsiguientes invasiones de Estados Unidos a Irak y Afganistán.  La piedra angular de estas teorías es la suposición de que el capitalismo mundial del siglo XXI está formado por distintas economías nacionales y “capitales nacionales” que responden a su interés nacional. Ningún país capitalista se ajusta a esta descripción. Asimismo, Robinson propone una explicación alternativa sobre el acentuado intervencionismo de Estados Unidos en los últimos años desde la perspectiva de la teoría del capitalismo global. Según esta perspectiva, este intervencionismo no es el abandono por Estados Unidos de la globalización capitalista sino una respuesta a su crisis. El Estado de Estados Unidos ha tomado la iniciativa de imponer una reorganización del capitalismo mundial. Pero esto no significa que lo haga para defender los intereses de “Estados Unidos”. Intenta defender los intereses de los inversionistas trasnacionales y del sistema en su conjunto, y enfrentar a las fuerzas políticas de todo el mundo que de una u otra manera amenazan a esos intereses o amenazan con desestabilizar los procesos capitalistas trasnacionales.

Al afrontar la realidad del capital trasnacional podemos entender la política exterior estadounidense en esta nueva época en una relación orgánica, si no meramente funcional, con la estructura y la composición real de las fuerzas sociales dominantes en el sistema capitalista global, esto es el papel estructural del poder estatal estadounidense en el avance del neoliberalismo y del capitalismo global. Estas políticas han promovido los intereses capitalistas trasnacionales. Sin embargo, y esto es crucial, el Estado de Estados Unidos maneja los únicos instrumentos importantes de coerción a nivel mundial. En este ámbito, es sobresaliente su aportación del concepto de Estado Policíaco global para identificar más ampliamente el carácter emergente de una economía y una sociedad globales, como una totalidad represiva, cuya lógica es tanto cultural y económica como política.

Más específicamente, el Estado policíaco global se refiere a tres factores interrelacionados: en primer término, tenemos el sistema cada vez más omnipresente de control social, represión y guerra promovido por los grupos gobernantes para contener la rebelión real o potencial de la clase trabajadora global y la humanidad considerada sobrante. En segundo lugar, se ubica el desarrollo y la aplicación, cada vez en mayor grado, de este sistema represivo como medio para asegurar los beneficios y la continuidad de la acumulación de capital, de cara a su estancamiento, a través de lo que Robinson denomina acumulación militarizada o/y acumulación represiva. En tercer lugar, señala la tendencia hacia sistemas políticos que pueden ser caracterizados como el fascismo del siglo XXI o, en un sentido más amplio, como totalitarismo. Paralelamente, una cultura neofascista se impone por medio del militarismo, la misoginia y masculinización extrema, junto con el racismo.

Este Estado policíaco global surge cuando el capitalismo mundial se encuentra en una crisis sin precedente, dada su magnitud, dimensión global y la extensión de la degradación ecológica y el deterioro social, así como la imposición de medios de violencia en todas las latitudes del planeta contra los pobres y las clases trabajadoras. Esto ha provocado el surgimiento de múltiples movimientos que se oponen a este Estado policíaco global, por lo que es inminente identificar sus características, particularmente sus derivas autoritarias y represivas.

En este sentido, imperialismo “estadounidense” se refiere al uso por parte de las elites trasnacionales del aparato estatal de Estados Unidos para seguir tratando de expandir, defender y estabilizar el sistema capitalista global. En este sentido podemos hablar de imperialismo capitalista global, con sede, por razones históricas evidentes, en Washington. No se trata de la recreación del antiguo imperialismo sino de la colonización y recolonización de los vencidos para el nuevo capitalismo global y sus agentes. El Estado de Estados Unidos alberga el ministerio de guerra en un gabinete de élite global muy dividido. Y Robinson va más allá, “si por imperialismo entendemos las presiones incesantes para la expansión hacia fuera del capitalismo y los distintos mecanismos políticos, militares y culturales que facilitan esa expansión y la apropiación de excedentes que ella genera, entonces es un imperativo estructural inherente al capitalismo. Necesitamos una teoría de la expansión capitalista -de los procesos políticos y de las instituciones a través de los cuales se produce tal expansión, de las relaciones de clase y la dinámica espacial que conlleva”.

Como se observa en esta reseña, William nos convoca a pensar, a reflexionar sobre todo lo que dábamos por conocido en un marxismo suspendido en categorías y nociones casi indiscutibles. El conjunto de la obra es rupturista con el pensamiento ortodoxo y rutinario. De aquí su trascendencia y valor como instrumento formativo de las jóvenes y no tan jóvenes generaciones. Gracias, William, de nueva cuenta, por este colosal trabajo.





Extraído de Telesur

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