La travesía, que contó Parodi al corresponsal de El Comercio, parecía una historia extraída de la mente de Julio Verne. El día 27 Parodi enrumbó hacia el volcán con la misión de caminar primero por sus faldas. Durante 9 horas observó el terreno. Aprovechando la Luna llena, el día 30 emprendió su expedición individual hacia la inmenso gigante arequipeño, saliendo a las 5 de la mañana y dirigiéndose en auto hasta el Alto de “Selva Negra”.
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A partir de allí inició su marcha a pie llevando consigo una frazada y un morral, tres termos con té, alimentos, limones y otras frutas. Caminó ininterrumpidamente durante 12 horas hasta llegar a una altura de 4.500 metros, donde la temperatura descendía a los cero grados centígrados.
Expedicionario con experiencia
Alberto Parodi Isolabella era catedrático de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional de San Agustín de Arequipa y había realizado excursiones científicas y deportivas en América y Europa. En 1950 había acompañado al alpinista italiano Pietro Ghiglione en su ascensión al Coropuna y en julio de 1952 al volcán Solimana, ambas cumbres nevadas ubicadas en la provincia de Condesuyos, en Arequipa.
Parodi era puneño de nacimiento y había estudiado geología en Italia. Allí se vio involucrado en la guerra contra Abisinia (Etiopía), cayendo prisionero de los ingleses, que lo enviaron a un campo a Kenia. Ya en libertad se dedicó a la vulcanología y al montañismo. Retornó a Italia donde se casó, para viajar luego a Perú y afincarse en Arequipa.
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A unos pasos de la cumbre
Contó que el té con limón que llevaba en uno de los termos se congeló y tuvo que tomarlo como si fuera un gran caramelo, deshaciéndolo con el calor de su boca. Después de hacer un alto buscó un sitio apropiado en donde pasar la noche. Una molestia estomacal no le permitió conciliar el sueño, pero a su favor tuvo la visión extraordinaria en medio de la oscuridad de todas las cumbres iluminadas por la Luna y de la ciudad de Arequipa con sus parpadeantes luces eléctricas.
A las 10:30 de la noche decidió proseguir con su ascenso, encontrando nuevos obstáculos como peligrosas cornisas de rocas que parecían interminables. En un descuido, al pisar una roca filuda resbaló y se deslizó varios metros cayendo sobre unas piedras. El frío se hizo más intenso, pero Parodi continuó su ascenso sin escuchar ningún ruido procedente del Misti.
En ese último esfuerzo lo sorprendió un hermoso amanecer. Eran las 6 de la mañana del lunes 1 de diciembre de 1952 cuando Parodi llegó a la cumbre del Misti. Se acercó hasta la Cruz de Hierro instalada en ese lugar a principios del siglo XX por el obispo Manuel Segundo Ballón. Allí colocó una placa de aluminio con su nombre y la fecha y puso dentro de una botella una tarjeta recordatoria. La hazaña estaba consumada.
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