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¿Puede Europa desvincular su economía y defensa de EEUU en medio de las crecientes fisuras?

por Ideso TV
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Trump intentó, sin éxito, usar una guerra comercial para desmembrar la UE, a la que llamó una unión de 27 aprovechados creada “para estafar a Estados Unidos”.

Por: Hamid Javadi*

Durante su primer mandato, el presidente de EE.UU., Donald Trump, intentó sin éxito usar una guerra comercial para desmembrar la Unión Europea (UE), a la que describió como una unión de 27 aprovechados creada “para estafar a Estados Unidos”.

Los líderes europeos lograron capear la tormenta no mediante decisiones políticas acertadas, sino simplemente esperando que pasara la presidencia de Trump, la cual a su vez tambaleaba bajo el peso de la pandemia de COVID y otras crisis internas. La UE escapó relativamente indemne y la unión permaneció en su mayoría unida.

Sin embargo, la estrategia de Trump para su segundo mandato parece haber encontrado un objetivo más vulnerable: la unidad de la UE frente a una crisis de seguridad masiva.

Trump intentó usar una guerra comercial para desmembrar la UE

 

Al retirar el apoyo a Ucrania, Trump ha generado una situación que expone profundas fisuras dentro del bloque de 27 naciones. Como un astuto negociador con un agudo sentido del beneficio, está preparado para explotar esas divisiones.

Para Trump, la UE no es más que otra entidad supranacional —como la Organización Mundial del Comercio y la Organización Mundial de la Salud— que él cree sigue explotando a Estados Unidos. Una UE fuerte representa un obstáculo mayor para su visión de “un gran EE.UU.”, que debe ser capaz de dominar al resto del mundo.

Desde que asumió su segundo mandato en enero, sus acciones sugieren un esfuerzo calculado por debilitar las instituciones de la UE y la alianza militar de la OTAN, fundada en 1949 bajo el principio de la llamada “defensa colectiva”.

Trump argumenta que Estados Unidos ha estado pagando la factura por este “paraguas de seguridad”, bajo el cual los europeos han reconstruido sus economías de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial sin tener que preocuparse o gastar desproporcionadamente en cuestiones de defensa.

Ese sentido de seguridad a través de la defensa colectiva ha sido significativamente socavado por la decisión de Trump de retirar el apoyo militar e inteligencia de EE.UU. para Ucrania bajo condiciones que beneficiarían a Moscú.

Esto ha dejado a la UE luchando por llenar el vacío. Sin embargo, es en tiempos difíciles como estos cuando comienzan a surgir las fisuras en las alianzas. Mientras algunos estados miembros abogan por una acción colectiva más fuerte, otros dudan, temerosos de los costos económicos y políticos. Una UE fragmentada es precisamente lo que Trump desea.

La jugada de Trump podría resultar costosa también para Estados Unidos. Las apuestas son altas, pero también lo es la posible recompensa. Una UE dividida no solo avanza sus objetivos inmediatos, sino que también refuerza su narrativa de América como una potencia solitaria, desatada de compromisos multilaterales.

Trump también ha reintroducido su guerra comercial en la mezcla. Este mes, anunció aranceles del 25 por ciento sobre el acero, el aluminio, los automóviles y los productos agrícolas de la UE. En respuesta, la UE replicó con sus propios aranceles, apuntando a productos estadounidenses clave como las motocicletas Harley-Davidson y los jeans.

“Lamentamos profundamente esta medida”, dijo la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en un comunicado.

“Los aranceles son impuestos. Son malos para los negocios y aún peores para los consumidores. Estos aranceles están interrumpiendo las cadenas de suministro. Traen incertidumbre a la economía. Los empleos están en juego. Los precios subirán. En Europa y en los Estados Unidos. La Unión Europea debe actuar para proteger a los consumidores y a los negocios”.

La UE, un mercado único integrado de 450 millones de personas, quiere enviar un mensaje inequívoco a Trump de que el bloque se toma en serio la defensa de sus intereses económicos.

Sin embargo, para la UE, la cuestión ya no es simplemente cómo responder a estas medidas, sino cómo redefinir su papel en el escenario mundial mientras se despierta ante la idea de que EE.UU. es un “socio cada vez más poco fiable”.

La guerra comercial de la administración Trump es parte de una estrategia más amplia de nacionalismo económico. Los aranceles, justificados por la Casa Blanca como necesarios para proteger la “seguridad nacional”, han causado conmoción en las industrias europeas.

La respuesta inicial de Europa —una mezcla de aranceles represivos— fue tanto un reflejo de su frustración como una estrategia económica calculada. Sin embargo, a medida que los impactos económicos comienzan a expandirse por la UE, los legisladores están reconociendo cada vez más la necesidad de un enfoque más estratégico y a largo plazo.

La reactivación de acuerdos comerciales, como el Acuerdo de Asociación UE–Mercosur de 2019, resalta la determinación de Europa de diversificar sus asociaciones económicas. Este pacto, que conecta a la UE con Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, brinda acceso a un estimado de 400 millones de consumidores y ofrece al bloque una vía para reducir su dependencia de los mercados estadounidenses.

Además, la UE está cada vez más en contacto con mercados emergentes en Asia. El impulso de la presidenta de la Comisión Europea para un acuerdo de libre comercio con India forma parte de esta estrategia.

La OTAN en una encrucijada

Mientras que los aranceles dominan los titulares, la postura de la administración Trump sobre la defensa conlleva implicaciones igualmente profundas para las relaciones transatlánticas.

La OTAN ha estado inquieta por el enfoque impredecible de Trump hacia la defensa colectiva. Su renuencia a reafirmar el compromiso “a prueba de balas” de EE. UU. con el Artículo 5—la cláusula de defensa mutua de la alianza— ha dejado a los aliados europeos dudando de la fiabilidad del apoyo estadounidense.

En declaraciones hechas en Varsovia el mes pasado, el secretario de Defensa de EE.UU., Pete Hegseth, advirtió a los europeos que las tropas estadounidenses podrían no permanecer en Europa indefinidamente. Dijo que los niveles de tropas dependen del nivel de amenaza, la postura estratégica de EE.UU. y, lo más importante, de la medida en que los países europeos estén dispuestos y sean capaces de “actuar”.

“Por eso nuestro mensaje es tan claro para nuestros aliados europeos: ahora es el momento de invertir porque no pueden asumir que la presencia de América durará para siempre”, enfatizó.

Aproximadamente 100 000 personas del personal estadounidense están actualmente estacionadas en el continente, sirviendo como un disuasivo contra posibles adversarios como Rusia. Una reducción —o retirada total— de estas fuerzas obligaría a Europa a enfrentar sus propias limitaciones militares.

 

La posibilidad de un acceso restringido a armas y sistemas de vigilancia fabricados en EE.UU. añade una capa más de complejidad. Los funcionarios de la OTAN han expresado preocupaciones sobre los desafíos operacionales planteados por la reducción del intercambio de inteligencia y las capacidades de vigilancia.

Estas preocupaciones siguen a informes recientes de que EE.UU. ha pausado sus ciberataques contra Rusia, una medida que muchos europeos interpretan como una señal del declive del compromiso estadounidense para contrarrestar al Kremlin.

En respuesta a estos desarrollos, el concepto de “autonomía estratégica” ha ganado terreno dentro de la UE. Liderado por Francia y adoptado por otros estados miembros, esta visión aboga por que Europa desarrolle capacidades independientes en defensa, tecnología y política económica.

Aunque la idea ha existido durante un tiempo, los eventos recientes, incluido el enfrentamiento de Trump con el presidente ucraniano Volodímir Zelenski en la Casa Blanca, le han dado una nueva urgencia.

Sin embargo, los líderes europeos saben muy bien que el camino de la UE hacia la autonomía estratégica está plagado de obstáculos.

Datos del Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI) revelan una dura realidad: los países de la OTAN en Europa han más que duplicado sus importaciones de armas entre 2020 y 2024, con EE.UU. suministrando el 64 por ciento de estas armas.

Esto marca un fuerte aumento en comparación con el período quinquenal anterior, lo que indica que Europa se ha alejado cada vez más de lograr algo que se asemeje a la autonomía estratégica en defensa.

Esto ocurre mientras los líderes europeos luchan con el espectro de un retiro estadounidense de su papel tradicional como ancla de seguridad de Europa.

La posibilidad de que Washington esté ansioso por mediar un alto el fuego con Rusia—potencialmente a expensas de Ucrania y, por extensión, de Europa—solo ha incrementado estas preocupaciones.

Para la UE, las apuestas no podrían ser más altas. Más allá de tener que apoyar a Ucrania por sí sola, el bloque enfrenta la ardua tarea de asegurar su propia defensa.

La industria de defensa europea carece de la escala y sofisticación necesarias para reemplazar la ayuda militar de EE.UU. a corto plazo. Las inversiones en tecnologías avanzadas, como la inteligencia artificial y la ciberseguridad, son esenciales, pero requieren tiempo y recursos significativos.

Además, las divisiones internas de la UE solo agravan los esfuerzos para presentar un frente unido. Los estados del este de Europa, tradicionalmente más dependientes de las garantías de seguridad de EE.UU., siguen siendo cautelosos respecto a alejarse de la alianza transatlántica.

El giro de la administración Trump hacia el contrarrestar a China agrava aún más los problemas de Europa. A medida que Washington prioriza bloquear el ascenso de Pekín, la UE se ve cada vez más marginada en la política exterior de EE.UU.

Este cambio tiene consecuencias significativas para la OTAN. El flanco oriental de la alianza, particularmente los países fronterizos con Rusia, depende en gran medida del apoyo estadounidense.

Los desafíos impuestos por los aranceles de EE.UU. y los cambios estratégicos en defensa representan un momento definitorio para la Unión Europea. Los expertos afirman que la diversificación económica, el fortalecimiento de las capacidades defensivas y las asociaciones más sólidas con potencias emergentes son clave para reducir la dependencia de Estados Unidos.

Sin embargo, alcanzar estos objetivos estará lejos de ser fácil, particularmente a corto plazo.

Los líderes europeos deben actuar rápidamente y abordar una cuestión urgente: ¿Está Europa lista para trazar un camino hacia una mayor autonomía estratégica, o permanecerá atada a una alianza transatlántica cada vez más impredecible?

* Hamid Javadi es un periodista y comentarista iraní de alto nivel con sede en Teherán.


Texto recogido de un artículo publicado en Press TV.

Extraído de HispanTV

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