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Román Selezniov relató que en la celda de castigo, donde a menudo le encerraban sin explicaciones, las luces estaban constantemente encendidas y en ella había solo agua caliente.
El ciudadano ruso Román Selezniov, que desde 2014 cumplía condena en EE.UU. y regresó a su país a principios de este mes en el marco de un histórico intercambio de prisioneros entre Rusia y Occidente, relató a TASS el martes las terribles condiciones de reclusión en las cárceles estadounidenses.
“No siempre te alimentan. Te meten constantemente en una celda de castigo sin ninguna explicación […]. Así que te sientas ahí durante dos meses, sin saber por qué“, contó. “El interruptor de la luz no está dentro de la celda, por lo que no pude apagar ni encender la luz. La luz está encendida constantemente, día y noche. Es imposible dormir“, agregó.
En Atlanta, Georgia, le metieron en una celda de castigo en la que había una cama de hierro con un colchón muy pequeño en el que cabía solo la mitad de su cuerpo, recordó Román. En la celda también había una ducha, pero con solo agua caliente. “Así que lo pulsas y empieza a echarte agua hirviendo y no puedes regularlo”, explicó. “Nadie te habla, se pasean y te miran por una ventanita cada 15 minutos más o menos. Si intentas hablar con ellos o pedirles algo, no te hacen ni caso”, dijo.
También dijo que se había enterado del intercambio de prisioneros y de su participación en él a través de un teléfono de contrabando de un reo. Selezniov afirmó que los funcionarios de prisiones no le informaron de su inminente libertad condicional. “Me despertaron por la mañana y me dijeron ‘te vas a otro estado, tienes un nuevo caso, te van a llevar a juicio'”, relató.
“[Otros presos] me dicen: ‘Te van a intercambiar’. Les dije: ‘No, no me van a cambiar, voy a ir al juicio’. ‘No, te están intercambiando, créenos'”, citó Selezniov su diálogo con otros prisioneros. “Les dije: ‘Bueno, ¿cómo voy a creerles?. Y un prisionero saca un teléfono móvil de contrabando. Dice: ‘Aquí está todo escrito‘. Me quedé de piedra”, concluyó.
La historia de Román Selezniov
Selezniov, de 40 años, fue detenido por agentes de inteligencia estadounidenses el 5 de julio de 2014 en el aeropuerto internacional de Malé, capital de la República de Maldivas. Como él mismo había dicho antes en otras entrevistas, simplemente lo “secuestraron” mientras estaba de vacaciones. Ese mismo día fue trasladado a la isla de Guam, un territorio no incorporado de Estados Unidos. El Tribunal de Distrito de Guam denegó la puesta en libertad del ruso y ordenó su deportación a Seattle (Washington).
En agosto de 2016, un jurado de Seattle declaró a Selezniov culpable de fraude cibernético en 38 de los 40 cargos que se le imputaban. Se le acusaba de piratear las bases de datos de unas 200 empresas estadounidenses. El 21 de abril de 2017, el ruso fue condenado a 27 años de prisión y al pago de 170 millones de dólares.
En otras declaraciones a la prensa, Román reveló que fue objeto de torturas psicológicas durante su encarcelamiento. Así, sintió un trato “especial” por parte de la administración de la prisión de Butner, Carolina del Norte, ya que era el único preso que tenía que presentarse ante los guardianes cada dos horas. El hombre también se quejó de que en las cárceles estadounidenses todo el mundo lleva cuchillos y una vez casi lo mataron, lo que es habitual allí.
Encuentro con Putin
El 1 de agosto, como resultado del intercambio de prisioneros en el aeropuerto de Ankara (Turquía), ocho ciudadanos rusos detenidos y encarcelados en países de la OTAN, incluido Selezniov, fueron devueltos a casa. El presidente de Rusia, Vladímir Putin, recibió personalmente a los liberados en la rampa del aeropuerto moscovita de Vnúkovo.
“No esperaba verle“, admitió Selezniov. Señaló que fue el segundo en bajar del avión después de Vadim Krásikov. “Le seguí, miro, y el presidente está allí de pie, se están abrazando. Pensé: ‘vaya'”, dijo. “Me tambaleé, casi me caigo de la pasarela; no podía creerlo todo. En primer lugar, que nos iban a liberar. En segundo lugar, que el presidente nos recibiera personalmente”, continuó. “Me da la mano y me felicita. No sé qué decirle. Le digo: ‘Muchas gracias’ y sigo andando. Pienso: ‘me voy a despertar y volveré a la celda‘. No me lo podía creer. Quería llorar, pero pensé: ‘¿por qué llorar? Deberíamos estar contentos'”, concluyó.