Gaza ha perdido casi toda su capacidad de producción de agua, con el 88% de sus pozos y todas sus plantas de desalinización dañadas o destruidas por la guerra de Israel.
Han pasado más de 10 meses del inicio de la guerra genocida del régimen de Israel. Cada vez, se agrava la crisis que los palestinos en la Franja de Gaza enfrentan, desde la falta de alimentos, medicamentos y combustible, hasta lo que en estos días calurosos del verano se ha vuelto un desafío más abrumador; luchar por agua potable. Y esto después de que el ejército del régimen hizo estallar decenas de pozos de agua.
El agua sucia provoca infecciones intestinales con vómitos y diarrea, además de provocar deshidratación. Y la escasez de este elemento fundamental para la supervivencia, ha obligado a los palestinos desplazados a utilizar el antiguo y tradicional método de cavar en la arena para acceder al agua subterránea.
En otro lado del territorio palestino, en la ciudad cisjordana de Ramalá, conscientes de los crímenes diarios que comete Israel, lanzan una campaña de donación de sangre para Gaza. La iniciativa, aunque insuficiente pero valiosa, ha sido llamada “Nuestra sangre es una”, para enfatizar en la unidad entre todos los palestinos, ya sean en el enclave o en Cisjordania o Al-Quds.
La crisis actual ha provocado una drástica disminución en la calidad de vida de los palestinos en Gaza, llevando a muchos al borde de la desesperación. Los testimonios de los desplazados pintan un cuadro sombrío de su realidad cotidiana, describiendo condiciones de vida extremadamente difíciles que desafían la dignidad humana.
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